Quantcast
Channel: Blogs ITESO
Viewing all articles
Browse latest Browse all 7

Fenomenología y hermenéutica

$
0
0

por Pedro Antonio Reyes Linares.

La mujer se levantó después de haber llorado largo rato. Apoyó su brazo en el hombro de su vecina, que permanecía junto a ella desde la mañana. En el suelo todavía yacía el cuerpo de su hijo iluminado por las velas. El dolor no se le escapaba del pecho, seguía ahí, punzante en lo profundo. Al sentir la mano que apoyaba la suya, la mujer dio un paso y, por un momento, sintió paz. Después, dio un paso más…

No es una escena extraña en nuestros días, pero es una que pasamos muchas veces por alto, filtrada por los mensajes e interpretaciones que inundan nuestras pantallas de computadora y televisión. Narcotráfico, violencia, ingobernabilidad, desaparecidos, víctimas, enojo, indignación, memoria, lucha… conceptos que visten el mundo actual, que modelan nuestra mirada, nuestra conversación y determinan el tono y el ritmo de nuestro tiempo.

¿Cómo será contada la historia de esta mujer? Incluso la palabra “historia” suena, tal vez, demasiado adaptable al marco general de interpretación y sus conceptos. En la “historia” este momento tal vez se pierda, cuando relatemos la historia de su compromiso en la lucha civil contra la violencia. O, también, si la historia que contamos recupera más bien los muchos años de dolerse calladamente de aquella muerte, mientras seguía buscando, por todos los medios, sostener a los tres que le quedaron. O si no pudo jamás encontrar una salida al dolor que desde entonces se le quedó en el pecho. ¿Podremos en esas historias encontrar lo que significó, verdaderamente, ese momento fugaz en que sintió paz?

Tal vez sea éste el modo en que podemos plantear la importancia de aquel esfuerzo, datado en los primeros años del siglo XX, pero iniciado en algún pasado del que no guardamos memoria, que ahora llamamos fenomenología. Renunciar al discurso que da hilo y continuidad a nuestras narraciones cotidianas, incorporadas en nuestro habitual enfrentamiento con las cosas, que se ha llamado, con término técnico, “actitud natural”. Pero renuncia esforzada, ejercitada metódicamente, no como mera duda de un mundo que se me entrega armado de antemano, sino como una desactivación de su influjo domesticador en aquella capacidad, que los antiguos pensaron como fuente de sabiduría: el asombro, la sorpresa.

Detenerse en lo que asombra es dar el privilegio, negado en los largos discursos que Sócrates ya denunciaba, a lo que atrapa la atención, aunque sea fugazmente. Es verdad, a ese paso, y a la paz que él porta, seguirá otro paso, del que tal vez haya escapado ya la paz. Es posible que en ese segundo, una nueva emoción, un nuevo afecto, haya venido a vestir de tribulación y tristeza, remitiendo a un fondo inaprehensible, al olvido, aquella paz. Pero su paso y su fugacidad no anula lo vivido, ni aniquila la posibilidad de que, tal vez en otro momento del curso de esa vida, se pueda recuperar la fuerza propia que ahora, por alguna circunstancia, tal vez ha perdido.

El presente no queda constituido puntualmente. No tiene, en este sentido, una perfecta autonomía. Pero no es tampoco meramente punto de llegada y resultado de lo que ya se ha vivido. Ni tampoco puede ser la mera fuente de lo que en él se anticipa. Si siempre viene orlado de sus propias retenciones y protensiones (otra vez los términos técnicos), reivindica en ellas su dominio, pues son suyas, y en él encuentran el fundamento y la fuga en que se construyen y se pierden sus sentidos construidos. Sí, en ejemplo clásico, el sonido que ahora me afecta en presente, puede traerme la melodía ausente, hacerla venir del fondo a la presencia, pero también la afección presente puede abrir un nuevo campo de atención donde aquella melodía simplemente desaparezca. Pero lo desaparecido será también desaparecido en mi vida, en el presente vivo que va constituyendo la entraña de mi vida. Y en otro presente, algo sí presente podría hacerlo aparecer, aunque de otra manera.

Debajo de las apariciones, que marcan por señales el presente vivo, me encuentro, constituido en un modo de encontrarme en la aparición que se constituye como tal para mí. Inmanencia abierta a la inmanencia en nuevos modos o en los mismos, vida que se distingue de la exterioridad de la sucesión de apariciones pero la sostiene. La vida abierta como vida viviente, constituyéndose suya, vida mía, en el despliegue de un sucesivo aparecer. Vida que se guarda en su interioridad fluyente, a distancia por derecho propio del flujo de apareceres, pero también, vida que se encuentra, que se vuelve a sí, encontrándose en un modo concreto y presente en el aparecer.

La mujer se encuentra en paz. No es ésta el resultado de alguna serie causal que haya resultado en paz. No es tampoco una resolución de su voluntad, que haya querido ya no querer lo que, en su ausencia o su excesiva presencia, pudiera turbar su paz. Esta serenidad conquistada a fuerza de voluntad sería, en todo caso, un sucedáneo, pero no esta paz en la que se encuentra. El cuerpo de su hijo sigue ahí, excesivo. La vida de su hijo sigue también ahí, ausente. ¿Es la mano de la vecina a la que, por su perseverante compañía, podría empezar a llamar amiga, la que ha causado esta paz? No es esto determinable indubitablemente, puesto que lo único que la experiencia le regala es el encuentro con su paz. Otras manos igualmente presentes, o la misma de la vecina amiga un momento después, podrían desmentir una rápida ilación de nexos causales. Pero se encuentra en paz.

La fugacidad de la paz o su permanente encuentro lanza una sombra de duda sobre aquella clausura en la inmanencia que parecía plausible al Henry de Encarnación. Encontrarse en paz es siempre encontrarse ahora, en presente, y poder después perderse la paz por encontrarse en otro modo de estar. El presente vivo en que se constituye el yo, lleva siempre en sí un resto de irreductible alteridad, que configura, como Husserl reconocía en sus últimos manuscritos un momento de apertura irrenunciable a lo ajeno del yo. No es que la paz deje de ser paz, pero es que no me encuentro ya en ella, como arrastrado por la novedad de lo que impone lo suyo, lo que estando constituyendo lo más íntimo mío, mi propio modo de encontrarme, me hace encontrarme en lo suyo. La paz vivida puede quedar en el fondo ya olvidada, pero sigue siendo paz ahí.

Pero en ese ahora, cuando me encuentro en paz, me hace encontrarme, lo más mío, en paz, en lo suyo, en lo que impone en toda su ajenidad como paz. De ahí el asombro. No es distancia de la vida que se constituye en un dominio propio, sino encontrarse en paz en lo ajeno, como si lo ajeno fuera para la vida bueno, y abriera una posibilidad de ocasión que pudiera ser para la vida un tiempo y espacio siempre deseable. Si la paz no puede atraparse en el presente, sí puede abrir, y siempre, una posibilidad de imperturbable comunión del yo y su ajeno.

En el ajeno concreto con el que me encuentro ahora en paz, se abre, en el orden de la posibilidad, un ámbito que abarca todo lo que pueda aparecer en el flujo del presente viviente y a la misma inmanencia de la vida que se vive fluyentemente. No en lo concreto, siempre determinado, pero sí en la posibilidad, que se abre, por derecho propio, en el ahora concreto. Ahí puede ser albergada toda realidad ajena, la de las cosas, la de las otras personas, la del cuerpo del hijo presente en exceso, la de la vida ausente del hijo, e inclusive las vicisitudes del propio encontrarme a lo largo de la vida, que también quedan con su cierta ajenidad en el flujo del presente viviente, y ahí, también las angustias, los miedos, rabias, alegrías y los momentos en que me encontré en paz, y, en todas, encontrarme en paz.

Se erige así, Jean-Yves Lacoste lo ha estudiado con detalle en su Être en Danger, el dominio de la posibilidad sobre lo determinado del concreto ahora, para una vida que se encuentra, en todos sus modos de encontrarse, en constitutivo fluir. La posibilidad domina, sin dejar de serlo, abriendo en la vida humana una dimensión que la funda en su legalidad más propia: la de poder rehacerse en su fluir, volverse a encontrar siempre en el comienzo indeterminado que caracteriza cada encuentro como un acontecimiento, un renacer.

El renacer no es un nacer. Pero es que en el encontrarse de la vida fluyente su propio nacimiento se pierde en lo inmemorial e irrecuperable. La vida que fluye se encuentra siempre comenzada, pero en su encontrarse también siempre renacida, vuelta nuevamente a la posibilidad. Más aún, no sólo se encuentra siempre comenzada, sino también se encuentra siempre recibida en otras vidas que encuentra ya ahí cuando está viviendo, comenzadas también en su propio pasado, el de ellas, que nos sorprende con su propio misterio inmemorial. Así en cada encuentro, en cada encontrarse, el que vive se sorprende de encontrarse en convivencia, abierto a un posible que no es solamente suyo, sino que es de todos los con-vivientes. Entre todos, en la convivencia de todos, también la posibilidad de renacer.

En esa posibilidad fue concebido el hijo, el que ahora yace pálido y rígido ante los ojos llorosos de la mujer. En esa posibilidad de renacer en la convivencia, la mujer decidió recibir y cuidar una vida en sus comienzos, que carga, con su propio tiempo, la apertura a lo inmemorial. Podría parecer que ella atestiguó su comienzo, pero no podría dar cuenta evidente de ese momento. En su propio cuerpo, en su propio presente vivo, queda tejido el hijo, creándose en una célula que fue de ella, pero que ya no es lo que era, en una sangre, en procesos fisiológicos que son de ella, en su cuerpo y en su tiempo que fue de ella, ahí está creándose el presente vivo de él. Recibió la vida comenzada del hijo, apenas en sus comienzos, y al descubrirse ya conviviendo con ella, decidió albergarla y cuidar de él. El hijo quedó unido a la madre en esa convivencia que quedaba abierta a lo inmemorial, y siendo ya su propio modo, ya no el de ella, de estar en convivencia en apertura a lo inmemorial.

La madre siente ahora ese hueco en la convivencia, real y en determinada concreción. Ahí siente la unión que funda la ausencia y, también y a una, la diferencia de una vida que se escapa en su propio devenir. ¿Sabe la madre que esa vida ha terminado? De alguna manera sí. La ausencia le reclama alguna manera de fin a la convivencia. No puede ya encontrarse ninguno de los que conviven de la misma manera. La convivencia ha quedado marcada en todos sus encuentros por esa ajenidad concreta irreparable. Incluso el que no le conoció, ha perdido ya esa posibilidad en su convivencia. Pareciera que lo real reclama por sus fueros a lo posible. ¿Pero puede establecerse como último ese fin que se le impone? ¿Puede asegurarse verdaderamente que se ha cerrado definitivamente en la convivencia toda posibilidad de renacer?

La paz en que se encuentra la madre podría sugerirnos la duda de si no será apresurado cerrar la posibilidad. No ha de hacer más que esto. No nos dará más certezas de lo fáctico y real que las propias de su orden: he ahí el exceso en la presencia del cuerpo del hijo. Su paz no anula esa presencia. Pero esa presencia excesiva no podrá darnos tampoco ninguna certeza respecto de la posibilidad de cancelar definitivamente toda otra posibilidad. Las posibilidades siempre se dan en su propio orden, abiertas a ser realizadas, y sólo en la realización se puede determinar si alguna queda cancelada. Es ese requisito metodológico de la epojé husserliana de no confundir los órdenes de lo real y lo posible. ¿Es esa paz anuncio del renacer? No lo sabemos, pero lo puede ser. ¿Es esa paz olvido que propone el pasado como verdadero pasado, la reducción absoluta al mero objeto, como en el caso de quien es incapaz de asumir sus memorias como suyas, el amnésico? Podría también serlo, pero si es esta segunda y en esa reducción, la madre no es ya madre, ni el hijo hijo, y no por un mandato moral, sino porque con esa reducción se reduce también a nada el sentido del vínculo de la convivencia y cada uno queda transformado en un mero espectador.

La posibilidad nos deja en vilo. Nuevamente se impone la ajenidad, pero ahora de algo que nos deja sin otro poder que el de reducir a objeto, poder siempre posible, o, dando poder a la otra posibilidad, entregarnos a la espera de quien pueda determinar cualquiera otra posibilidad de renacer. Y podría ser una espera vacía, de ahí la posibilidad de la angustia, que, como bien dice Lacoste, no puede ya mostrarse como afección fundamental sino como afecto en el que me encuentro; el de la posibilidad de encontrarme el vacío en la espera. Pero no puedo anticiparlo y darlo por hecho. Lo que sí puedo saber es que esa angustia desmentiría la posibilidad que se abre en la paz en que la madre se encuentra ahora. Porque ahora, en ese momento fugaz, lo que siente no es angustia, sino paz.

En la posibilidad que abre la paz, podría ser que la espera encontrase respuesta, en alguien que sí pudiese determinar el renacer. Y podría ser yo, determinarme a determinar mi propio renacer como la ya no espera de nada más. Determinarme en la convivencia cancelando todo querer esperar, para querer no esperar más. No es renunciar a la convivencia, sino darme un modo de vivirla sin inquietud. Algo así parece ser la heideggeriana tardía serenidad. Pero es determinación mía en la posibilidad, una forma posible de determinarla, pero no resuelve plenamente todo el ámbito abierto en la posibilidad. De hecho, pareciera que esta serenidad exigiese primero haber renunciado a lo propio en la posibilidad de ser algo más que lo que ya es, el hueco fáctico, y haber confundido, con la renuncia, el hueco con una hipotética nada. ¿Podría ser ésta la paz de la madre?

Pero también podría no ser yo quien pueda responder a la espera. En lo que toca a toda posible respuesta mía, encontrarme en la impotencia de determinación, aceptando la fuerza de todo lo que hay de ajeno en la paz, y que hace de la posibilidad que se abre en la paz, una indeterminable para poder yo, por mí mismo, constituirme la vida en esa paz. Queda entonces la determinación de seguir a la espera de uno en la convivencia que sí pueda. En ese modo de la espera, que pasa por la angustia de la impotencia, podría encontrarse la madre en la paz, en que ahora se encuentra.

En ese modo de la espera, abierto como posibilidad en su paz, también se convierte el cuerpo del hijo, en su excesiva presencia, en prenda de aquél a quien se espera. Al mismo tiempo, verifica que la espera no ha terminado y abre la posibilidad de mantenerse en la espera, aunque siempre a riesgo de sucumbir a la angustia de la impotencia siempre presente en la paz que ahora siente. El cuerpo se convierte en prenda de una convivencia renacida que el hijo podría establecer con quien con él pudiese hacerla renacer, y así, pudiese hacerla renacer para la madre también. Y si esa convivencia renacida del hijo con quien pudiese determinarla, queda sólo en el fuero de ése que así pudiese, no podría desmentirse a quien pensara que su convivencia con el hijo pudiera estarse dando ya, también ahora, cuando ella se encuentra en paz, aunque todavía no se verifique la posibilidad del renacer la convivencia de la madre con su hijo. Podría ella pensar la posibilidad de que él estuviera ya ahora en esa convivencia renacida y así, incluso, alegrarse con ella. A esta posibilidad podría estar dando fundamento su paz; paz de causa indiscernible, porque apunta a lo inesperado y a lo inmemorial.

Podría incluso ir más allá. Pensando en esa posibilidad, en espera de que renazca también la convivencia en que ella pueda también convivir con su hijo, está también la apertura en la posibilidad que ya habíamos encontrado con la paz. La apertura, en esa ajenidad de la paz, a esa potestad de quien puede determinar el renacer de la convivencia, a toda realidad, cosa, persona, inclusive los propios estados, el propio cuerpo, etc., en esa misma posibilidad. El cuerpo del hijo se convierte así en prenda de esa convivencia por venir, en un mundo donde se puede esperar ese renacimiento. El cuerpo del hijo en el mundo transforma a éste en sus apariciones, como un lugar de espera del renacimiento que puede anticipar ya esa convivencia por venir. Las cosas del mundo condensan, entonces, ya no sólo la propia historia vivida en ellas, sino también la de la convivencia que vivió ya con el hijo y la que podría aquel otro hacer renacer, o ya está haciendo renacer, o siempre ha estado haciendo renacer. Esto último no se puede decidir por estar sólo apuntado como inesperado e inmemorial, que podrían ser tal vez otros nombres de lo eterno como fontanal.

En esta apertura de la posibilidad, la madre está encontrándose en condición sacramental. Lacoste ha dado a ésta un estatuto más allá de la limitada consideración de lo religioso. Puede ahora determinarse a vivir en reverencia esa condición en todas las cosas, en ellas y más allá de ellas, por la convivencia que en ellas se hace presente como memoria y como anuncio. En todas ellas apunta a aquel eterno, viviéndolo todo, todas las cosas, en su condición de tránsito, no de cosa pasajera, sino de cosa en tránsito a serlo de otro modo en esa convivencia que funda lo eterno fontanal. Es un modo en que la madre puede encontrarse en las cosas, porque puede encontrárselo a ellas, convirtiéndose la madre misma en fuente también de esa convivencia que se funda en la eternidad. Un modo que podría ser éste de ahora, ésta su paz.

En la paz, aquélla en que momentáneamente se encuentra, se ha abierto para ella el ámbito de la posibilidad. Y este ámbito queda abierto, no importa la fugacidad de ese encuentro de paz. Queda para ella y queda también como posible omniabarcante, donde ella se encuentra recibida en su vida comenzada, como todo y como todos los que con ella conviven o podrían convivir. Ahí, también su hijo. Todos recibidos en una sola convivencia que puede ser de paz. Determinada a confiar en la posibilidad, la madre puede buscar que en todo lo que aparece ésta sea posible, por lo que ya ahora reconoce en la convivencia y por lo que en ella espera. Confiada en la posibilidad graciosa, la madre podrá no sólo encontrarse en la paz, sino encontrar su vida determinada a crear en todas las cosas y en toda relación presente, ahora, una paz.


Viewing all articles
Browse latest Browse all 7

Trending Articles